martes, 17 de abril de 2012

De cocinar a hornear

Quien me conoce recientemente, no se imagina cómo ha cambiado mi relación con la cocina. De niña y adolescente juraba que nunca cocinaría, y es que yo veía que mi papá era tan exigente que decidí que no me quería exponer a ese tipo de crítica.

Con el tiempo, empecé a cocinar y lo aprendí a disfrutar. Mi hermana se sorprendió cuando le dije que hacía spaghetti bolognesa sin usar un tarrito de salsa. Y yo digo que hago el mejor risotto en México o por lo menos de los que yo he probado. Igual hago un buen caldo tlalpeño o un deliciso puchero, unas albóndigas chilpotle o pollo a las hierbas finas. El otro día descubrí que cuando cocino me pierdo en otro mundo. Me gusta cocinar.

Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años más para que me animara a hornear. Durante años, le ayudé a mi hermana a hacerlo: yo engrasaba los moldes, picaba nuez y lavaba trastes entre otras actividades. Ella medía la harina y demás ingredientes, amasaba y hacía la parte delicada de los pasteles y demás delicias. Claro que me gustaba decir que ella no sabía engrasar moldes y se le pegaban los panes.

Fue cuando llegó O a casa que empecé a hornear. Fue una especie de necesidad que sentí de hacer galletas y panques, pasteles y betunes.

Yo recuerdo la cocina de mi casa de niña con el olor tibio del chocolate, jengibre o vainilla. Recuerdo las compras cada otoño de nueces frescas que se utilizaban en las brownies, en el pastel alemán o en los pastelitos de nuez durante todo el año. Crecí con una cocina llena de vida y quería compartir la experiencia con O.

Cuando tomo una taza de medir y la lleno de harina, paso ésta por el cernidor, veo como cae suavemente en un tazón, la mido quitando el exceso con la parte plana de un cuchillo, mido la sal, la rexal y junto cierno todo de nuevo, veo a mi mamá y a mi hermana. Ellas están conmigo en cada movimiento. Cuando muevo un betún que se hace en baño maría y levanto la espátula para ver la consistencia oigo la voz de mi mamá indicándome si le falta espesar o ya está. Cuando amaso la harina para la tartaleta, veo cómo se mueven sus manos y las imito.

Al principio pensé que era la necesidad de llenar la casa de calor y aromas, el que O pudiera disfrutar un pan recién horneado lo que me llevaba a hacerlo. Hoy sé que horneo para que ellas estén conmigo. Y sí, tal vez con la esperanza de que O me lleve con él a una cocina cualquiera en algún lugar del mundo.

5 comentarios:

Dorix dijo...

Hermoso es. Ahora que lo dices, el aroma a vainilla también me traslada a mi infancia. Sospecho que, cuando O recuerde la suya, pensará en lo que horneas y estarás ahí :)

La Blu dijo...

Supongo que son esas memorias, que en ciertos eventos, emergen y nos acompañan y después, acompañan a otros.

Ya le contaré a O sobre las otras facetas que conocí de su mamá, antes de que él llegara a nuestro mundo. Digo, para que tenga la imagen completa de la hermosa mujer que eres.

Mond dijo...

El evocar momentos a través de los olores es algo que pocas personas hacen consciente. El olor a horno y aromas envolventes siempre traen a mi mamá a mi lado. Inevitablemente. Aún así, no dejo de crear recuerdos nuevos en donde participan mis sobrinos y otras personas importantes en mi vida. Es como si le fuera agregando personajes a una misma escena. Es delicioso.

dijo...

Solo de leerte me trasladé a mi propia infancia donde mis tías horneaban y me enseñaban al mismo tiempo.

Gracias por dejarme viajar en el tiempo contigo.

Lutz_saa dijo...

Ahora sabes, mi querida amiga, el efecto que causan los hijos en la vida de una mamá, no importa como lleguen a tu vida. Disfruta cada minuto de tu vida con O, el tiempo parece volar cuando los estás viendo crecer. Abrazos a los dos